Por Carolina Vasquez Araya (@carvasar )periodista Chilena Radicada en Guatemala
Si la juventud
pierde el norte, hay que ofrecerle una brújula.
Las
condiciones de confinamiento en el Centro Juvenil de Privación de Libertad para
Varones, Etapa 2 en San José Pinula, Guatemala, descritas la semana pasada por
la jueza Verónica Galicia, son indignantes. Adolescentes confinados en espacios
mínimos como si fueran celdas de castigo, drenajes colapsados, escasez de agua,
promiscuidad; en fin, un escenario digno de película de horror constituye la
vida de estos jóvenes en conflicto con la ley.
En
cierto modo, este trato degradante responde muy bien a la actitud general que
condena a niñas, niños y adolescentes de escasos recursos a soportar toda clase
de abusos y violación de todos sus derechos. A tal extremo llega la
insensibilidad colectiva que incluso hay quienes se atreven a expresar públicamente
su deseo de exterminar a estos grupos de niños y jóvenes para “sanear” a la
comunidad.
Ese
es uno de los rasgos más evidentes del deterioro moral en un país sin rumbo político,
hundido en la corrupción, cargado de odios y resentimientos cruzados entre
etnias, estratos sociales y el agravante de un premeditado abandono por parte
del Estado en temas de un enorme potencial constructivo, como son la educación
y la cultura. Esto, porque una sociedad educada e informada es una amenaza para
los grupos de poder.
Curioso
eso de la moral. Una sociedad dividida en buenos y malos sin mayores
consideraciones sobre las causas que han llevado a una importante parte de la
población a violar la ley. ¿Qué sucede en ese segmento mayoritariamente
compuesto por jóvenes empujados por el abandono, la falta de establecimientos
educativos dignos, la ausencia de políticas públicas diseñadas específicamente
para atender como corresponde a esta parte de la ciudadanía? ¿En dónde está la
presencia del Estado como ente rector para garantizarles la vida, la libertad,
la justicia, la paz y el desarrollo integral, como lo manda la Constitución en
su primer capítulo?
El
Centro en referencia ha sido cerrado temporalmente con acertado criterio por la
jueza Galicia, con la finalidad de remodelarlo y darle las condiciones
adecuadas a sus funciones. Pero eso no resuelve todo. También están los “Hogares
Seguros” bajo la supervisión del Estado, en donde se supone se refugia a niñas,
niños y adolescentes sin deudas con la ley, sino vulnerados en sus derechos.
Desde
uno de estos hogares ha desaparecido un centenar de niñas, hecho deslizado sin
mayor impacto a través de las redes sociales y las páginas de los medios. Quizá
porque estas niñas no son “buenas” desde la perspectiva de una sociedad
indiferente a su suerte. Ellas no pertenecen a la sociedad. Para quienes las
perciben como una amenaza potencial, son “prescindibles”. Entonces, para ellas
no hay voces elevándose en protesta por su vida de miseria y agresiones. Para
ellas, en realidad, el futuro es un espacio en blanco el cual quizá nunca alcancen
a disfrutar.
Pero
entonces ¿quiénes gobernarán cuando las generaciones actuales se retiren? ¿Quiénes
llevarán con su productividad el peso de la carga que representan las
generaciones pasivas? No parece ser una preocupación –dejando de lado los
sentimientos y las consideraciones puramente humanas- el hecho de estar deslizándose
hacia una situación de desequilibrio económico y social de enormes
proporciones, próxima a reventar mientras quienes dirigen los destinos se
ocupan de competir entre pares para monopolizar el poder.
Esta
juventud abandonada es el futuro de la nación, les guste o no. Para ellos la
prioridad es sobrevivir en un contexto que les resulta tan ajeno como
indiferente. Mientras, se les exije una conducta moral que sus mayores no
poseen.
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