Por
Carolina Vásquez Araya Periodista Chilena Radicada en Guatemala
3 millones de mujeres en las calles de
Washington dieron la pauta.
Los
movimientos masivos de protesta se han convertido en el único mecanismo posible
de incidencia para las minorías alrededor del mundo. Aun cuando las mujeres
somos mayoría en términos demográficos, nuestra presencia en los escenarios de
toma de decisiones es mínima y muy pocas veces determinante. Esto se refleja en
un alto grado de vulnerabilidad para aquellas mujeres que por razón de su sexo
han sido marginadas, abusadas y violadas en sus derechos humanos a través de
distintas formas de violencia, tanto individual como colectiva.
Es
muy complejo el entramado de poder mediante el cual se ha elevado una muralla
de obstáculos para evitar el empoderamiento femenino. Una de las estrategias más
recurrentes ha sido manipular la cultura y las tradiciones, sacralizándolas
para conseguir de este segmento la complicidad indispensable con el fin de
reproducir los patrones machistas desde el seno del hogar y desde la más tierna
infancia. Esto, porque apoderarse del enorme poder de las mujeres para la
transmisión de ideas y actitudes a través de la relación con sus hijos e hijas
ha sido una de las mayores victorias de la cultura patriarcal.
Pero
los tiempos cambian y también las personas. Lo que antes era correcto y
deseable ha pasado a formar parte de una larga lista de conceptos para
analizar, desmenuzar y, en muchos casos, descartar. La situación de desventaja
para este inmenso conglomerado de seres humanos obligados a aceptar la
subordinación, al extremarse ha estallado en un grito sonoro de ¡No más! No más
embarazos de niñas, no más muertes maternas evitables, no más feminicidios, no
más desnutrición crónica, no más violaciones sexuales, no más matrimonios
infantiles, no más salarios desiguales ni discriminación por sexo.
Estas
son algunas de las muchas y poderosas razones para la convocatoria a una gran
marcha por los derechos de las mujeres a realizarse el 8 de Marzo, Día
Internacional de la Mujer, la cual ya ha sido recibida con entusiasmo en más de
30 países alrededor del mundo. Una marcha pacífica –porque las mujeres somos
portadoras de paz y de vida, no de guerra y muerte- capaz de poner en agenda
los temas de los cuales hemos sido tradicionalmente excluidas. Levantar la voz
en una fecha simbólica es una manera de dar a conocer al mundo la fuerza y la
pertinencia de nuestras demandas y esa voz debe ser escuchada por el bien de
toda la sociedad.
Ser
mujer y vivir en una sociedad machista es algo que pocos hombres son capaces de
comprender. Ser mujer campesina, indígena, pobre e iletrada es como el último sótano
de esa pirámide de derechos humanos repartidos en cuotas. Por este y muchos
otros motivos de la más elemental justicia, es imperativo respetar su derecho a
manifestarse, a elevar sus voces, a decir aquellas verdades celosamente ocultas
por una sociedad permisiva hacia el abuso contra la mujer y los más
desamparados.
De
acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y El Caribe, Cepal, cada
día mueren asesinadas por razón de su sexo 12 mujeres en los países
latinoamericanos y caribeños. Esta estadística muestra solo casos en los cuales
no se encontró ningún otro motivo posible para la eliminación física de una
mujer. En nuestros países, en donde la violencia doméstica es una norma de
vida, son muchas más las muertes no contabilizadas cuyo origen reside en la
discriminación por sexo, como las ocurridas durante partos mal atendidos, trata
de personas, negación de servicio de salud por carencia de insumos o abortos
clandestinos,. ¡No más! ¡Ni una menos!
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