Por Carolina Vásquez Araya Periodista Chilena Radicada en Guatemala
El planeta sufre un deterioro
amplificado por nuestra dejadez.
Cerca del Día de la Tierra, incendios devastadores acabaron en
Guatemala con grandes extensiones de bosques peteneros. La dimensión del
problema tomó por sorpresa a un Estado mal equipado y poco eficaz, por lo cual
nada pudo evitar la inmensa pérdida de vida en ese hermoso territorio. Los
incendios forestales son muchas veces eventos naturales y propician el
crecimiento de nuevos bosques, en un ciclo de vida ya programado por la
naturaleza. Pero no siempre es así, muchos de ellos –como los recientes en El
Petén- son provocados por manos criminales con motivos ajenos al interés nacional
y arrasan bosques nativos llenos de vida silvestre y especies en peligro de
extinción, solo para explotación agrícola o crianza de ganado en grandes
extensiones de áreas protegidas.
El tema ambiental enfrenta un problema de imagen y comunicación.
El hambre y la guerra, las enfermedades y otros males comunes hacen que, entre
toda esa miseria, la defensa del medio ambiente parezca un asunto secundario,
algo que puede esperar; una actividad para quienes no tienen nada mejor en qué
ocupar su vida. Sin embargo, la Tierra -este hogar nuestro comprobadamente redondo-
y todo lo que en ella sucede, tiene impacto de un extremo al otro. Los gases de
efecto invernadero producidos por la industria china provocan inundaciones en
la Amazonia, la deforestación de este territorio tiene efecto sobre el clima de
Europa y así se cruzan y convergen hasta transformar bosques en páramos
desiertos o destruir ciudades por la crecida de las mareas.
El tema de la degradación ambiental y el calentamiento global, en
donde nos sumergimos a una velocidad
creciente, no es un asunto secundario entre los temas de mayor impacto dentro
de la política internacional. Todo lo contrario, representa un llamado de
atención sobre el peligro de acabar con los pocos recursos de supervivencia
disponibles para la humanidad, la cual aumenta en número experimentando a la
vez un deterioro creciente de su calidad de vida. Los distintos ecosistemas
comienzan a mostrar los efectos de una administración humana deficiente,
codiciosa y agresiva contra la vida en los mares y en los continentes, al
construir un sistema depredador cuya única finalidad es la acumulación de
riqueza para un puñado de naciones industrializadas y sus compañías
multinacionales.
En realidad, para reducir el impacto de la presencia humana en la
destrucción del entorno natural y la ruptura del equilibrio ecológico, solo haría
falta sensibilidad y educación, pero sobre todo políticas globales adecuadas a
la realidad. A nivel local, las medidas represivas no son efectivas si las
personas carecen de conocimiento y, por ende, de conciencia sobre la
importancia de proteger a las especies, de reciclar lo reciclable, de amar su
territorio al punto de conservar sus características naturales con el único
propósito de hacer posible un estilo de vida amigable con el planeta.
Un proceso educativo indispensable para retomar el control de la
protección ambiental debe acudir a las fuentes de la relación del ser humano
con su entorno natural en las culturas antiguas. Esa fue una fuente permanente
de sabiduría, un inacabable tratado de medicina, una rica veta de conocimientos
que ayudaron a las comunidades a crecer y desarrollarse, muchas veces en paz y
armonía. Las crisis ambientales de la actualidad podrían considerarse la
consecuencia lógica de la ruptura de esa armonía con la naturaleza. El ser
humano ha desafiado con su irracional arrogancia las leyes del universo y se
empeña en la insensata tarea de destruir la fuente de su propio sustento.
ROMPETEXTO: Al destruir los bosques se compromete y afecta más que la integridad de
un territorio determinado.
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