Por Carolina Vásquez Araya periodista Chilena radicada en Guatemala
Son millones los niños, niñas y
adolescentes dejados de lado por el Estado.
Cada vez que los gobernantes y sus
círculos de confianza –no solo parientes, también financistas- se recetan un
nuevo privilegio con el propósito de consolidar su fortuna y sus oportunidades
de conservar el poder, miles de nuevos integrantes de la sociedad reciben menos
atención en salud, alimentación, educación, vivienda, servicios básicos y
posibilidades de salir de la pobreza. Esa masa callada y sometida a la voluntad
de otros algún día hará las cuentas y cobrará las deudas.
El despertar ciudadano vivido en
Guatemala durante los días pasados y cuyos ecos resonaron a nivel internacional
incluyó a muchos niños, niñas y jóvenes empapados de civismo y conscientes de
que algo anda mal en la manera como se comportan sus autoridades. Es ingenuo
pensar que los estudiantes de escuelas, institutos y universidades ignoran el
profundo abandono en el cual se encuentran y lo injusto de su situación. Ellos
escuchan a sus padres y maestros, también víctimas de un sistema corrupto y
clientelar diseñado por unos pocos para su propio beneficio.
En los próximos días el presupuesto de
ingresos y egresos de la Nación para el año que viene se analizará y en él
viene patente cuáles son las prioridades para la clase política. ¿Educación y
salud? Probablemente no. Las presiones de los distintos grupos alrededor de la
cúpula gobernante no parece tener en mente a la niñez guatemalteca y esta
hipótesis se confirma al observar las estadísticas en temas tan fundamentales
como desnutrición crónica, ausentismo escolar, embarazo infantil, trata de
personas, estado calamitoso de escuelas y recintos hospitalarios. La lista de
deficiencias es demasiado larga y por esa contundente razón Guatemala se
encuentra entre los países del mundo con los peores indicadores de desarrollo
humano.
Pero existe todavía un sector de la
pequeña burguesía capitalina que se resiste a conocer los datos sólidos de
tanto estudio. Para ese sector –desde cuyos celulares fluye abundante la
desinformación- las cosas en Guatemala no están tan mal. Más aún: “en todos el
mundo existe la corrupción, ¿por qué tanto escándalo?” y prestan oídos atentos
a cuanta campaña negra surja de las mentes creativas de ciertos grupos y medios
de comunicación interesados en mantener las cosas como están.
Es tentador, entonces, pedirle a ese
grupo de seres ciegos y sordos a la abrumadora realidad de la corrupción y la
pobreza, que expliquen por qué cada día mueren niños y adultos por causa de la
violencia criminal, por qué miles de familias se van a dormir sin un solo
bocado en el estómago; por qué entrar en la política parece ser una cuestión de
enriquecimiento ilícito y no un trabajar por el bien de todos. Es triste ver
cómo ser parte de una cierta “clase acomodada” crea una burbuja alrededor de
las conciencias y un acomodo entre algodones empapados en la sangre de otros.
A la niñez y juventud guatemaltecas se
les debe una larga explicación. Es preciso enseñarles la verdad de la historia
y decirles que su futuro se ha ido a engrosar fortunas, que sus ideales son
aplastados por las ruedas de Ferraris y Maseratis y sus perspectivas de
desarrollo se perdieron en negocios tan turbios como ilícitos de los servidores
públicos. Porque ¿cómo decirle a una niña embarazada que el crimen cometido en
su contra nunca llegará a los ámbitos de la justicia por falta de capacidad de
los entes de investigación? Lo mismo a las familias cercenadas por actos
criminales contra ciudadanos inocentes, los cuales quedarán como parte del
escenario cotidiano; sin resolución, sin penas. La niñez guatemalteca no es un
accesorio incómodo sino la principal protagonista de una historia que urge
cambiar.
La niñez guatemalteca merece una
atención prioritaria y ocupar un sitio privilegiado en los planes de
desarrollo.
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